Conocer nuestro tipo de piel es fundamental a la hora de adquirir un producto de cuidado dermatológico. Comprar sin manejar esta valiosa información puede llevarnos a severas irritaciones, rojeces y descamaciones que no harán más que acentuar el aspecto dañado del cutis, exacerbando las razones que nos llevaron a adquirir dichas cremas o jabones.
Sin embargo, debemos tener presente que existe una afección que dificulta el diagnóstico con respecto a la tez: la deshidratación. Así es, porque un cutis deshidratado suele confundirse con uno seco, siendo ambas circunstancias totalmente distintas.
Primero, debemos tener en cuenta que la deshidratación no se limita a la piel seca, ya que los cutis grasos también pueden acusar falta de agua (y ¡ojo!, que ocurre muy a menudo). Esto, porque dicho tipo de cutis, si bien tiene exceso de lípidos, comúnmente carece de este vital elemento, caso en el cual presenta brillos, rojeces, poros dilatados y descamación. Las pieles secas, en tanto, de por sí requieren de una hidratación constante. Cuando prescinden del agua que necesitan, los eternos problemas de resequedad adquieren ribetes dramáticos, llegando incluso a producirse ciertas “llagas” en el cutis, cosa que sucede con los ancianos.
La piel deshidratada tiende a presentar más arrugas, pero éstas se eliminan si se brinda un tratamiento adecuado y oportuno. Los surcos por deshidratación pueden producirse incluso a los 18 años y, de no abordar correctamente este problema, se harán más profundos y difíciles de reparar. Otros síntomas característicos de esta afección cutánea son la sensación áspera al tacto, acabado mate, incomodidad, picores, tirantez y descamación. Además, la piel se vuelve más reactiva, resultando dañada incluso ante la más mínima agresión.
Entre los factores que producen este problema, se encuentran la edad, condiciones ambientales adversas (sol o climatización artificial), la luz que proviene del computador, genética, mala alimentación, estrés y cansancio. Además, el consumo de tabaco y ciertos medicamentos puede afectar la capacidad de la piel de retener el agua, produciéndose la molesta piel deshidratada.
Como tratamiento, se sugiere una loción o crema ligera si se trata del cuerpo, formulada sobre la base de urea, lactato de amonio, ácido láctico, alantoína o lanolina. En lo que respecta al rostro, se precisa un cuidado diferente, con productos que contengan aloe vera, caléndula, complejos biomarinos, vitaminas A y E o germen de trigo. Si contiene protección UV, ¡mucho mejor!, ya que actúa también contra la dañina luz de nuestro PC, que causa estragos en la salud del cutis.
Si aún tienes dudas respecto de si tu piel está reseca o deshidratada, ¡toma una hora con tu dermatólogo! Con su ayuda encontrarás el tratamiento más eficaz para tratar tu afección y así lucir un cutis ¡perfecto! en poco tiempo.
Imagen CC StephaniaVS