Siento que hablar de Nicole Kidman, es como hablar de una mujer prácticamente imposible de ver en la calle. ¿Se han fijado en lo maravillosa que es ella? Con todo ese garbo al caminar, esa altura inalcanzable, su cuidada piel blanca como la nieve y esas facciones entre buena y mala, que la transforman en una belleza única.
Da lo mismo si ella lleva su cabello rubio, colorín o moreno ¡todo le queda bien! Y sus años en el mundo de las luces y cámaras, la han transformado en un ícono total de la moda.
Cada vez que vemos a esta mujer despampanante en la alfombra roja nos damos cuenta del manejo que tiene en esas situaciones, ya que sus vestidos, peinados, maquillaje y joyas, los combina a la perfección. El primer recuerdo de esta maestría a la hora de vestir en una gala, lo recuerdo cuando en 2006 usó un vestido rojo de Balenciaga con un rosón gigante en el cuello, y que lejos de parecer un regalo de navidad, parecía una diosa que bajó del Olimpo.
En el día a día no duda en usar poleras simples, camisas y jeans con zapatos planos, pues tanto glamour debe cansar, y total ¡¿qué importa lo que se ponga?! Si hasta con un saco de papas ella se vería hermosa.
Actualmente esta mujer de nariz perfecta y ojos celestes es el rostro de los finísimos relojes Omega, embajadora de buena voluntad de Fondo de las Naciones Unidas para Mujeres (UNIFEM) y de Unicef. Es decir, no solo tenemos una mujer talentosa y guapa, sino que también es consciente de lo que proyecta su imagen para las féminas, cosa que aprovecha para luchar por ellas y alzar su voz en contra de la violencia hacia el género.
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